Aquello fue en el año 1998. Ha llovido.

Un compañero de clase, Miguel Angel, vivía en Villaconejos pero era (y es) un enamorado de Chinchón. Me comentó que por carnavales se organizaba un concurso de fotografía.
Allá que fui, mareado en la interminables curvas y encima con mal tiempo. Frío, gris, llovizna y asqueroso en general. El último día para poder hacer las fotos. Pero el pueblo magnífico, vacío y un tanto somnoliento. Además, oliendo a leña, que aquello habría sido en noviembre o algo así.
Nada por aquí, nada por allá.
En aquel rincón tampoco. Igual el tiempo que te deprime tampoco te deja pensar en nada molón.
Chinchón tiene una iglesia sin torre y una torre sin iglesia. Allí hay una plaza y había una tapia, vieja, desvencijada y llena de desconchones y agujeros.

Click. Click. Click. Buaj, tampoco será nada interesante.

Luz roja. Oscuridad. El penetrante olor de baño de paro. El tanque de revelado haciendo glup glup. Mi primer TRI X 400 de Kodak, ese carrete mítico del que solo podíamos escuchar leyendas en el otro lado del telón de acero.
Bzzzzzzzz Click Bzzzzzzz Click.
Los contactos.
Bueeeeeno, parece que una se podrá salvar. Las otras ná de ná.

Bzzzzzzz Click
Un paquete de papel a la basura. Mil pruebas y repruebas. Enmascarados y reservas. Sin capas de ajuste ni nada.
Ilford baritado secado sin esmaltadora.
Oh, que grano. Y el cielo que se ha quemado. En aquel tiempo nadie pensaba en histogramas ni nada de eso.
Viraje a sepia la siguiente noche.
Oh.

Dos meses más tarde viene Miguel Angel y dice: chaval, has ganado. Has ganado, porque justo unos días antes se cayó la tapia y a la gente le hizo gracia.
Bueno, pues habrá que recompensar la confianza…

A veces nos pensamos que los mejores días son los soleados, eso pensaba yo también donde tan pocas veces se puede ver el cielo azul. Pero a veces la vida nos sorprende.

Después de esta nos tiramos a la piscina y organizamos una exposición en el Parador. Pero eso lo veremos otro día.