Hay momentos que te marcan en la vida. Hay momentos que te marcan de por vida.

Así fue aquel febrero del 1995. Mi primer viaje lejano, en solitario y al mundo occidental. Sí, he crecido detrás del telón de acero, lejos de aquí.
Como se avecinaba el viaje mi hermano me regaló unos carretes de diapositivas, Fuji Sensia 100. ¿Alguien se acuerda de aquello? ¿Alguien sería capaz coger hoy una cámara cargada con un carrete de 36 disparos y no fundirlo en un minuto? ¿Alguien sería capaz de disparar encuadrando y saboreando cada fotografía? ¿Alguien sería capaz de esperar una semana a que te la revelen? ¿Alguien se imagina tener esas fotos en la caja y no en redes sociales, nubes y móviles o tablets?
Parece que eso ya es historia, hoy estamos viviendo en el mundo de inmediatez absoluta.

Pues eso, mi hermano me dio su Yashica 108 y me dijo que para hacer una buena foto hay que darle vueltas a todas las ruedecitas hasta que el  se ilumine la luz verde que quiere decir que está todo correcto. Sin más cosas vistas allí dentro. Sin autofocus, sin estabilizadores y procesadores de imagen. Solo la foto y tú. Solo tu inconsciencia, ignorancia y el miedo de apretar el gatillo. Las diapos valían una pasta.

Para poder entrar en la carrera tuve que aprender a dibujar. Dos años de cuatro dibujos semanales a lápiz de 50x70cms a todo meter, con sus estructuras y sombras. Ha sido duro. Y luego los cinco años de carrera para darte cuenta que no es lo tuyo. Como en tantas y tantas ocasiones. Sobre todo porque no me salía bien el tema de dibujar. Y de repente un compañero que te enseña que haciendo una foto en negativo, revelándola, metiendola en un marco de diapositiva y proyectando sobre el papel ya tenías tu dibujo construido.
¿Trampa?
Sí.
Pero allí vi mis dibujos que no me salían. Click. En negativo. Click. En una fracción de segundo.

Luego el famoso viaje. Un mes fuera de casa. Un mes con la cámara en la mano. Sin tener ni idea. Luz verde y dibujo.

La primera semana uno de los carretes acabó en El Corte Inglés, allí te lo revelaban de un día para otro. Treinta y seis diapositivas. Oh. Treinta y seis dibujos. Alguno borroso por supuesto, porque la luz verde a veces te llevaba a un callejon sin salida. Y la amiga que estaba a mi lado dijo: tienes que seguir en esto. No me lo tomé en serio.

En este viaje se despertó el ansia por retratar más. Al final cayeron como diez carretes (una pasta en aquel tiempo), sí, ¡¡¡360 fotos!!! Una locura.

La foto claramente es borrosa, porque no tenía ni la menor idea de nada de fotografía, solo quería dibujar. Ahora está escaneada, virada al blanco y negro y limpia de motas de polvo que siempre manchaban las diapositivas. Pero el encuadre está intacto. Es mi dibujo, que después de tantos años me ha salido como yo quería, aunque un poco borroso. Además, los recuerdos tienden a ser un poco borrosos, ¿no?